Como continuación a la entrada de ayer, y sin dejar de denunciar situaciones ni de ser incluso crítico, ácido e intolerante respecto a algunas cuestiones ayer planteadas, quisiera hoy hablar de la necesidad de hacer justicia y de aprender de la historia también en educación.
En tiempos de "memoria histórica", creo que también es de recibo que hablemos de memoria histórica de la educación. Y lo cierto es que es bastante sencilla de resumir. Que conste que el ánimo aquí no es provocar reacciones como la de la esquela de la página 7 del diario El Mundo de hoy, donde aparece una lista de siete personas que fueron "asesinados por los rojos" (dice literalmente). No... la justicia, en mi opinión, dista mucho de esto.
----> (Modernísima apariencia física de un señor -Claudio Moyano- que hizo una ley tan moderna que casi llega hasta nuestros días... ¿o acaso en algún sentido continúa? Léase aquí el texto íntegro de su Ley de Instrucción Pública, de 1857 y contémplense sus avanzadísimas ideas)
Si nos ceñimos a lo puramente legal, lo cierto es que la historia de la educación es bien breve: pasamos directamente de la Ley Moyano (la primera Ley de educación española, de 1857) a la Ley General de Educación (de 1970), la LODE (que supuso la llegada de la democracia al sistema educativo) y luego ya las "modernísimas", rompedoras y sobre todo efectivas LOGSE, LOPEG, LOCE y LOE.
Conclusión rápida, si se me permite el dato frío, cuantitativo y anecdótico: una sola ley educativa en 113 años y seis leyes en 36 años. No está mal el balance, fiel reflejo de la aceleración de la sociedad, pero... ¿no había cambiado ya bastante el mundo entre 1857 y 1970?
Medalla que colgarnos: están todos los que son, todas las que son, gracias a la obligatoriedad.
Hasta aquí la memoria histórica, omitiendo pequeños detalles como el machismo manifiesto e institucional, la no democratización, la exclusión del sistema educativo, la "catolización"... todas ellas... ¿ya extinguidas?
Se me ocurren...
algunas...
preguntas al azar (como diría Mario Benedetti):
¿Ha cambiado mucho la fisionomía de la escuela en estos 150 años?
¿Cuántas personas atienden hoy día a los alumnos y de qué forma simultáneamente?
¿Realmente han cambiado las metodologías, las pautas de actuación?
¿Qué objetos utilizaban antes los maestros y qué cosas utilizan hoy?
¿Es la escuela un lugar REALMENTE democrático, o se trata más bien de una democracia formal?
¿No hemos sustituido acaso el castigo físico por otro tipo de castigo más sutil?
¿No hemos sustituido la desescolarización con la exclusión mediante niveles de complejidad, mediante adaptaciones e itinerarios de segunda y tercera clase?
¿Somos de verdad igualitarios, sin distinción de raza, género, edad o procedencia social?
¿Es la escuela un reflejo directo de nuestro estado laico y aconfesional?
¿Qué es el nivel, ese que se supone viene bajando desde época inmemorial en un país que, a pesar de sus incultos habitantes sigue creciendo y mejorando?
¿Se adaptan los contenidos y la forma de relacionarnos en la escuela a las necesidades reales de nuestra sociedad?
¿Estamos condenados a seguir añorando y defendiendo tiempos pasados, en los que "los alumnos estaban en orden", como la única salida para la escuela?
¿Para cuando una reforma que de verdad incentive el cambio desde el aula?
¿Nos enteraremos algún día el profesorado que la tarea de vaciar contenidos la hace mucho mejor un CD-ROM o Internet que nosotros?
¿Tenemos que pasar necesariamente por los errores de otros sistemas educativos, o podríamos aprender de modelos de éxito, como el finlandés?
----> (Igualitos que nuestros alumnos y alumnas... ¿así queremos que sean?)
Un espacio de reflexión sobre la escuela, mi escuela, tu escuela, que es a la vez todas las escuelas del mundo, procurando acercarnos a aquello que nos conmueve, nos irrita, nos motiva... en ocasiones, un espacio de denuncia, otras veces de ilusión, pensamiento o acción.
miércoles, 27 de diciembre de 2006
martes, 26 de diciembre de 2006
La paja en el ojo ajeno y la viga en el propio
Leo hoy un interesantísimo artículo de opinión del psiquiatra Luis Rojas Marcos en El País que se titula y habla sobre La ventaja de decir "lo siento". La cita más importante de este artículo sería: "cuando los fallos se ocultan no se aprende de ellos y tienen más probabilidades de repetirse". Se comprueba, dice más adelante, que en los hospitales americanos donde los médicos han aprendido a decir "lo siento" a sus pacientes y reconociendo sus errores hay la mitad de denuncias y litigios por negligencias médicas. Por este motivo, la administración está promoviendo allí que los médicos puedan decir "lo siento" sin que ello pueda ser utilizado en ninguna causa judicial.
Son muchas aquí las ideas extrapolables al ámbito educativo. Pero sobre todo me quedo con la idea de disculparse, reconocer errores y aprender de ellos, nunca ocultándolos.
El profesorado, así como las familias, los políticos, el alumnado, la sociedad en su conjunto... tenemos una especial habilidad cuando tratamos temas educativos de ver "la paja en el ojo ajeno", sin cometer el error (que para nosotros lo sería) de pedir perdón por ninguno de nuestros actos. Basándonos a veces en evidencias, en certezas, supersticiones o intuiciones, confirmamos y buscamos el "visto bueno" de nuestro colectivo en cuanto a echar la culpa al "de enfrente", al "enemigo", como algunos lo llaman.
"La administración no pone soluciones", "esa no es la solución", "los políticos pasan de todo", "las reformas educativas no sirven para nada", "nos venden el mismo perro con distinto collar", "la administración luego siempre echa el culo fuera", "lo que hace falta es que se gasten más dinero", "los niños hoy en día pasan de todo, están desmotivados, no tienen educación, no tienen respeto, no estudian, no participan", "hay niños que es mejor que no vengan", "las estadísticas de aprobados y suspensos mejorarían si quitásemos a los inmigrantes", "las familias tienen a sus hijos abandonados", "los padres no tienen educación, ni respeto... como se lo vamos a pedir luego a los hijos", "las familias están hechas un desastre", "los padres vienen con muy malas formas", "a ver luego cómo se lo explicas al padre"... Estas son algunas de las lindezas que así, "a salto de mata" me vienen a la cabeza, todas ellas oídas en un contexto u otro, en un momento u otro de mi actividad docente.
Aún basándose en hechos reales (como esas películas baratas de sobremesa del sábado), ninguno de estos argumentos es suficiente para que el profesorado no tome cartas en el asunto por propia iniciativa.
¿Podemos cambiar algo? ¿nos hemos equivocado en algo? ¿tenemos algo que mejorar en nuestra práctica docente, independientemente de otros factores? ¿tendríamos alguna vez que decir "lo siento" a alguien?
Aunque TODOS Y TODAS (así, con mayúsculas) tengamos algo que aportar, decir y corregir en cuanto a la forma en que entendemos la educación, no se nos debe olvidar que los auténticos profesionales (esta vez, en minúscula) somos nosotros y nosotras, los y las docentes. Hagámoslo pues como signo inequívoco de nuestra profesionalidad, de nuestra elegancia, nuestro compromiso ético... y hagámoslo de forma pública y manifiesta. La primera piedra la tenemos que colocar nosotros.
Son muchas aquí las ideas extrapolables al ámbito educativo. Pero sobre todo me quedo con la idea de disculparse, reconocer errores y aprender de ellos, nunca ocultándolos.
El profesorado, así como las familias, los políticos, el alumnado, la sociedad en su conjunto... tenemos una especial habilidad cuando tratamos temas educativos de ver "la paja en el ojo ajeno", sin cometer el error (que para nosotros lo sería) de pedir perdón por ninguno de nuestros actos. Basándonos a veces en evidencias, en certezas, supersticiones o intuiciones, confirmamos y buscamos el "visto bueno" de nuestro colectivo en cuanto a echar la culpa al "de enfrente", al "enemigo", como algunos lo llaman.
"La administración no pone soluciones", "esa no es la solución", "los políticos pasan de todo", "las reformas educativas no sirven para nada", "nos venden el mismo perro con distinto collar", "la administración luego siempre echa el culo fuera", "lo que hace falta es que se gasten más dinero", "los niños hoy en día pasan de todo, están desmotivados, no tienen educación, no tienen respeto, no estudian, no participan", "hay niños que es mejor que no vengan", "las estadísticas de aprobados y suspensos mejorarían si quitásemos a los inmigrantes", "las familias tienen a sus hijos abandonados", "los padres no tienen educación, ni respeto... como se lo vamos a pedir luego a los hijos", "las familias están hechas un desastre", "los padres vienen con muy malas formas", "a ver luego cómo se lo explicas al padre"... Estas son algunas de las lindezas que así, "a salto de mata" me vienen a la cabeza, todas ellas oídas en un contexto u otro, en un momento u otro de mi actividad docente.
Aún basándose en hechos reales (como esas películas baratas de sobremesa del sábado), ninguno de estos argumentos es suficiente para que el profesorado no tome cartas en el asunto por propia iniciativa.
¿Podemos cambiar algo? ¿nos hemos equivocado en algo? ¿tenemos algo que mejorar en nuestra práctica docente, independientemente de otros factores? ¿tendríamos alguna vez que decir "lo siento" a alguien?
Aunque TODOS Y TODAS (así, con mayúsculas) tengamos algo que aportar, decir y corregir en cuanto a la forma en que entendemos la educación, no se nos debe olvidar que los auténticos profesionales (esta vez, en minúscula) somos nosotros y nosotras, los y las docentes. Hagámoslo pues como signo inequívoco de nuestra profesionalidad, de nuestra elegancia, nuestro compromiso ético... y hagámoslo de forma pública y manifiesta. La primera piedra la tenemos que colocar nosotros.
lunes, 25 de diciembre de 2006
Evaluación inicial o evaluación bajo cero
Un amigo me decía a principios de curso que la evaluación cero o evaluación inicial no es más que una forma de clasificación inicial. Ahora estoy convencido de ello. Es una evaluación que se detiene a pre-clasificar al alumnado antes de que éste tenga la más mínima posibilidad de defensa. De este modo, ya sabremos a las alturas de septiembre u octubre quién va a aprobar y quién no. Ciertamente, por tanto, se trata de una evaluación extremadamente útil para el profesorado, no sé si también para el alumnado.
Al no proponerse medidas concretas de actuación, ni cambios metodológicos sustanciales, ni adaptaciones al ritmo, el conocimiento previo, la procedencia o mucho menos los intereses o motivaciones del alumnado, esta evaluación es sobre todo útil para que el profesorado "vayamos sabiendo" quién va a aprobar y quién va a suspender. Lo curioso del asunto (léase, por favor, en tono irónico) es que luego estas expectativas se ven cumplidas con creces. Cuando llegamos al final del trimestre, comprobamos, con gran sorpresa en el gesto (en algunos casos), que las expectativas se han cumplido.
¿Hasta cuando una evaluación clasificatoria, basada únicamente en datos numéricos? ¿hasta cuando juntas de evaluación basadas en los defectos? ¿hasta cuando vamos a culpar únicamente al alumnado?
Es esta, al fin y al cabo, una forma de evaluar que no va subiendo puntos desde el cero, buscando en nuestros alumnos y alumnas (nuestros niños y niñas, nuestras personas) aspectos positivos a remarcar, ni buscando los aspectos positivos de nuestra docencia para intentar también cambiar en positivo aquéllos que son mejorables...
... y siempre pagan los mismos: los que no tienen recursos para aprobar a base de clases particulares; los que no entienden el mundo en que se encuentran por proceder de otras realidades lejanas de las que no son culpables; los que no pertenecen a ese prototipo occidental, payo, de clase media, varón, católico... para el que está construida la escuela; los de la falsa participación a través de los cauces legales; los de las voces silenciadas.
Al no proponerse medidas concretas de actuación, ni cambios metodológicos sustanciales, ni adaptaciones al ritmo, el conocimiento previo, la procedencia o mucho menos los intereses o motivaciones del alumnado, esta evaluación es sobre todo útil para que el profesorado "vayamos sabiendo" quién va a aprobar y quién va a suspender. Lo curioso del asunto (léase, por favor, en tono irónico) es que luego estas expectativas se ven cumplidas con creces. Cuando llegamos al final del trimestre, comprobamos, con gran sorpresa en el gesto (en algunos casos), que las expectativas se han cumplido.
¿Hasta cuando una evaluación clasificatoria, basada únicamente en datos numéricos? ¿hasta cuando juntas de evaluación basadas en los defectos? ¿hasta cuando vamos a culpar únicamente al alumnado?
Es esta, al fin y al cabo, una forma de evaluar que no va subiendo puntos desde el cero, buscando en nuestros alumnos y alumnas (nuestros niños y niñas, nuestras personas) aspectos positivos a remarcar, ni buscando los aspectos positivos de nuestra docencia para intentar también cambiar en positivo aquéllos que son mejorables...
... y siempre pagan los mismos: los que no tienen recursos para aprobar a base de clases particulares; los que no entienden el mundo en que se encuentran por proceder de otras realidades lejanas de las que no son culpables; los que no pertenecen a ese prototipo occidental, payo, de clase media, varón, católico... para el que está construida la escuela; los de la falsa participación a través de los cauces legales; los de las voces silenciadas.
(Cual alumnos y alumnas siendo atendidos o evaluados)
domingo, 24 de diciembre de 2006
Sobre la lectura "silenciosa"
Lo que sea... ¡silencioso! Sin embargo, el universo es ruido, el movimiento es ruido, la vida misma es ruido.
Si todos nuestros actos resultan expresivos, nuestra energía produce sonido, y sonido y expresión son música... entonces la humanidad misma es música. Quizá no se trate tanto de silencio, sino de sonar afinados, de ensayar en grupo, ¡que ya llevamos bastante trabajado individualmente y en silencio! La clave probablemente estará en empastar las voces, desarrollando un trabajo individual en voz alta que sea válido y contribuya al bien de la orquesta.
Siglos, milenios de silencio, autismo autoritario inherente a la tradición. Mil veces fueron acallados los gritos de desesperación fundada, las denuncias de tristeza consumada, absorbida, interiorizada... Cantemos, gritemos, toquemos todos juntos o simplemente hagamos ruido, pues será que estamos vivos.
No al silencio de la sinrazón. El ruido, el sonido, la música como el cambio son importantes por sí mismos, independientemente de su contenido, su fuerza, su afinación, su capacidad expresiva. Más adelante, poco a poco, haremos que todo suene bien.
Si todos nuestros actos resultan expresivos, nuestra energía produce sonido, y sonido y expresión son música... entonces la humanidad misma es música. Quizá no se trate tanto de silencio, sino de sonar afinados, de ensayar en grupo, ¡que ya llevamos bastante trabajado individualmente y en silencio! La clave probablemente estará en empastar las voces, desarrollando un trabajo individual en voz alta que sea válido y contribuya al bien de la orquesta.
Siglos, milenios de silencio, autismo autoritario inherente a la tradición. Mil veces fueron acallados los gritos de desesperación fundada, las denuncias de tristeza consumada, absorbida, interiorizada... Cantemos, gritemos, toquemos todos juntos o simplemente hagamos ruido, pues será que estamos vivos.
No al silencio de la sinrazón. El ruido, el sonido, la música como el cambio son importantes por sí mismos, independientemente de su contenido, su fuerza, su afinación, su capacidad expresiva. Más adelante, poco a poco, haremos que todo suene bien.
FELIZ NAVIDAD
martes, 5 de diciembre de 2006
lunes, 4 de diciembre de 2006
domingo, 3 de diciembre de 2006
sábado, 2 de diciembre de 2006
viernes, 1 de diciembre de 2006
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