jueves, 20 de noviembre de 2014

El virus del miedo

El otro día tuve la oportunidad de hablar con un director sobre las inmensas posibilidades de abrir la escuela al entorno, de participación de las familias, de que los espacios del centro sean utilizados por la ciudadanía, el entorno, el barrio... de que las escuelas sean lugares donde se maximicen los espacios y los tiempos para el aprendizaje. Tras hablar de una y mil experiencias que se han hecho al respecto, me comenta dicho director que "eso está muy bien, pero el profesorado tiene vida propia, y tiene derecho por la tarde a estar con sus familias, y a tener su vida". Mi respuesta fue rápida y clara: "no tiene porqué ser el profesorado quien se encargue de la apertura de centros, pero sí permitirlo, y especialmente el equipo directivo".

Entonces surgieron, por enésima vez, como siempre que se habla de estos temas (máxime con un director) los problemas legales. Que si no se puede dejar entrar a todo el mundo, que si el director se juega el tipo, que si puede pasar algo, que si los seguros de responsabilidad civil no cubren lo que deberían... una serie de argumentos que, aunque pueden tener parte de razón, también sabemos de sobra que hay formas de hacer las cosas bien, de tenerlo todo bien "atado" para que sea posible esta apertura (y también colaboración) con las familias y otras personas del entorno. La verdad es que llevo bastante tiempo hablando de estas cosas, y este tipo de argumentos, utilizados además (como hizo la persona en cuestión) de manera contundente, llevaba mucho tiempo sin oírlos. En los últimos años parece que la escuela se va dando cuenta, tímidamente pero con cierto avance, de que es imprescindible abrir espacios y tiempos para la participación.

Detengámonos a reflexionar sobre el discurso del miedo. El poderoso discurso del miedo. Todo un claustro ilusionado, unas familias deseosas de participar (siempre lo están, aunque no siempre sepan, se les permita o se promueva la participación), un alumnado que necesita de la implicación y colaboración de ambos, un entorno que ofrece siempre mil posibilidades culturales y educativas... todo eso se puede venir abajo simplemente con unas "gotitas" del virus del miedo.

El miedo puede llevar a paralizarnos por completo. Por poner solamente algunos ejemplos, el miedo puede llevar a que no sonriamos o demos una palmada en la espalda a una alumna (o un abrazo) porque pueda pensar que es acoso sexual, a que no cambiemos los métodos porque es imposible evaluar de otra forma que no sea con examen (el famoso discurso de que "lo que no está por escrito, no existe, para la administración"), o porque el programa de gratuidad de libros de texto hace que no podamos utilizar otra cosa que no sea eso, a que no vengan las familias ni siquiera a repartir bollería el día de la constitución (porque se les puede "ir la cabeza" y "liarla"), a que se utilicen única y exclusivamente los espacios formales de participación (tutorías, delegadas y delegados, consejo escolar...), a que consideremos que el aula de informática o la biblioteca deben estar cerradas porque "se pueden estropear" (por tanto, mejor no utilizarlas), o a que defendamos que en el centro es el profesorado quien tiene que estar en todo momento y situación, como si nos perteneciera... Por cierto, me gustaría también dejar en el aire la pregunta: ¿es miedo, o comodidad? Eso daría para otro larguísimo post...

Pero hoy no quiero resaltar lo negativo, sino lo positivo, que fue justo lo que hice con mi interlocutor. Afortunadamente, hay cada vez más centros que optan por abrir al máximo sus puertas y sus espacios a la participación. Centros que no precisamente han salido en los periódicos por problemas de responsabilidad jurídica, agresiones o incidentes de cualquier tipo, sino más bien todo lo contrario. Se trata de centros que demuestran día a día cómo la participación eleva el nivel académico, mejora la convivencia y la atención al alumnado. Mi argumento final fue: "hay más de 190 centros, que yo conozca, que van en esta línea y hacen este tipo de cosas, hacen comisiones formadas por familias, profesorado y alumnado donde toman las decisiones, abren sus espacios al máximo. Además, como son centros abiertos a la comunidad, suelen estar encantados de que los visites. No hay más que llamar, visitarlos, y preguntarles cómo lo hacen". Sé perfectamente que hay muchos más que esos 190 centros que lo llevan a cabo, y que no están incluidos en esta lista (como es el caso de mi centro, por ejemplo), pero quería dar nombres concretos.

No podemos permitir que el virus del miedo nos inmovilice. No nos lo merecemos. No lo merecen nuestras familias ni nuestro alumnado, tampoco la sociedad en que vivimos. Desde la legalidad, con las medidas, formas y procedimientos que todas y todos conocemos (o al menos, quienes nos dedicamos a ésto), no solo es posible y deseable, sino que además la participación de las familias, la del alumnado y la de cualquier persona del entorno que esté dispuesta a echarnos una mano da excelentes resultados siempre, en todas partes, en todos los ámbitos.

Tal vez la respuesta esté, como dice el final de la canción "El virus del miedo", de Ismael Serrano, en ese abrazo mutuo que nos salve del miedo: "Pasaron los inviernos y aún sigue escondido, esperando que tu abrazo le inocule la vacuna y elimine el virus del miedo y su locura".




sábado, 11 de enero de 2014

La esquizofrenia del etiquetado

Hace unos días me pregunta una persona cercana si conozco algún sitio para apuntar a clases particulares a SU NIETO, DE SEIS AÑOS (¡¡¡!!!) porque dice que va muy atrasado en clase, que la maestra dice que no sigue el ritmo, y que lo necesita.

Para colmo, y deteniéndome un poco más a analizar el caso, ni esta persona ni nadie en su familia más cercana tiene un alto nivel de estudios. Son personas humildes, trabajadoras, nobles, que se esfuerzan al máximo por llevar un sueldo a casa, que les permita subsistir.

Está muy claro que este bebé debe tener tratamiento cuanto
antes para su retraso escolar. ¿Por qué no inyectar algo en
el vientre que lo arregle? ¿por qué no poner auriculares
con clases particulares? Cuanto antes, mejor.
Yo le comenté que lo veía un poco pequeño para clases particulares, pero insistía en que "la profesora lo dice, que no sigue el ritmo", creyendo aquella absurda y antigua autoridad que consistía en pensar que "todo lo que dice la profesora va a misa", como sucedía con los médicos, y con otras supuestas "autoridades" de la época preconstitucional, y más atrás.

En fín… me sale del alma pensar si todavía se podrían autorizar lobotomías en casos extremos, como el de esa profesora... Y me quema por dentro la impotencia de pensar que haya mucho más profesorado que se dedique a estigmatizar, etiquetar y clasificar (cuanto antes, mejor) al alumnado. Alumnado que, en la mayoría de los casos, terminará "no sirviendo para estudiar, como le pasaba a su padre y a su abuelo", y por tanto, condenado a un destino prefijado por quienes no lo apoyaron, no creyeron en sus posibilidades, y a la edad de seis años le colgaron el cartel de "lento", "torpe", "tonto", o "atrasado".

¿Es eso lo que esa docente querría para su propio hijo o hija? Entonces… ¿POR QUÉ LO HACEMOS CON LAS HIJAS E HIJOS DE LOS DEMÁS?