jueves, 16 de junio de 2016

Aprende a pensar, o el derecho a la diferencia

Durante este curso que está a punto de finalizar se ha llevado a cabo una interesantísima experiencia en mi centro, que su artífice, el grandísimo Óscar Fábrega (increíble escritor, investigador y mejor persona) nos propuso... se llama "Aprende a pensar".


En este proyecto, un grupo de 13 chicas y chicos de 3º y 4º de ESO se reúnen cada viernes por la tarde con el reto, ni más ni menos, de escribir un libro de filosofía (¡¡¡!!!!). Es impresionante la cantidad de temas interesantes, aportaciones, debates y aprendizajes que se están produciendo. Impresionante. Óscar ha conseguido conectar con ellos y ellas como nunca (o casi nunca) un profesor o profesora lo ha hecho. Su secreto lo intentará desvelar este humilde profesor que les escribe, en un capítulo donde intentaré narrar, en la voz de sus participantes, el relato de su experiencia. Para hacerlo, vengo haciendo entrevistas en pequeños grupos (de 3 ó 4 personas) durante esta última semana... Pero no, hoy no vengo a hablar de eso, no vengo a hablar de mi libro, de nuestro libro.

Quiero detenerme en algo que me ha llamado mucho la atención y que me ha dado mucho que pensar. He de confesar que estoy aprendiendo muchísimo de estas conversaciones, y que me llevo multitud de aprendizajes para mi quehacer diario... y es que en cuanto se da voz a los chavales, responden, y de qué manera...

La cuestión es que en las entrevistas hay un tema recurrente: lo difícil que resulta ser uno mismo en clase. Lo raro que miran a uno cuando da una opinión distinta, cuando destaca en algo, cuando se interesa por cosas que no cumplen el prototipo de lo que se supone debe ser un o una adolescente. Además de una parte, menor de lo que esperaba, de críticas al profesorado y al sistema educativo (cosa que comparto), hay bastantes referencias al propio alumnado, a cómo hay ciertos temas, ciertas actitudes, ciertas opiniones, que es mejor no mostrar en clase. Casi por unanimidad, concluyen: "lo mejor es pasar desapercibido".

Probablemente haya una buena parte de lectores de este blog que piensen "¿qué esperabas?". O incluso piensen "vaya, para eso me he molestado en leer este post...". Si es así, está usted a tiempo. No siga leyendo. No le va a interesar.

Me parece alarmante, sangrante, tremendo... me faltan calificativos para expresar lo que siento al escuchar y al pensar en esas palabras. Que una parte del profesorado no quiera escuchar al alumnado ya me parece muy grave, pero que el propio alumnado no se escuche a sí mismo, que no les interese lo más mínimo escuchar voces discordantes, contemplar otras opciones, cuestionarse las cosas... Como pequeño rayo de esperanza, hay que decir que la mayoría de los entrevistados afirman que esto no es más que una "estrategia de defensa", una manera de no buscarse problemas. En el fondo, todas las personas se plantean temas de cierta profundidad y calado. Máxime, quizá, en la adolescencia.

¿Qué clase de sociedad enferma estamos creando? ¿qué clase de micro-ecosistema hay en nuestras aulas, en nuestros centros? ¿qué clase de personas? ¿borregos, nada más? Como es fácil comprobar, estas mismas preguntas se pueden aplicar casi a cualquier círculo de personas, a cualquier grupo social, a cualquier canal de televisión... Todo es fruto de la misma dinámica, la misma política, el mismo objetivo (nada ingenuo ni casual, sino absolutamente premeditado): cuanto más borregos seamos, tanto más y mejor podrán manipularnos. En todas las instancias y a todos los niveles. Lo malo no es solamente que nos manejen. Lo peor de todo es que hemos absorbido de tal manera el discurso, que ya somos nosotros mismos quienes nos automarginamos, quienes silenciamos la voz discordante.


Escuchando sus jóvenes voces, siento la urgente necesidad de olvidarme de temarios, programaciones, competencias (otro palabro neoliberal), currículums... y centrarme en lo que de verdad importa: gritar a los cuatro vientos que la diferencia nos salvará, que lo único por lo que merece la pena estar en este jodido mundo es precisamente porque puede ser diferente, porque cada vez que vemos una persona, una actitud y una manera de hacer diferente, sentimos que el cambio es posible. No es un asunto cuantitativo, sino cualitativo. Necesitamos a los que no siguen la manada, porque ellas y ellos abrirán nuevos caminos, seguramente mejores. Peores, es bastante difícil.


Sois nuestra esperanza, María, Zaira, Encarni, Rosa, Denise, Paola, Paula, Francisco, Eva, Rubén, Fran, Juanfran, Antonio... No cambiéis nunca. Algunos necesitamos que nos sigáis recordando lo que es urgente e imprescindible, para no perder el norte. Sois nuestra brújula.