Cuenta la leyenda que había una espada clavada en una piedra del Londres medieval, y que nadie era capaz de sacarla, incluso los más apuestos, valientes y preparados caballeros. Un completo desconocido llamado Arturo llegó y la cogió como quien saca el cuchillo de un bote de mantequilla. Desde ese momento Arturo fue aclamado como Rey unificador de Inglaterra, y pensó que iba a ser mejor ser justo con todas las personas de su reino. Solo a posteriori y por voluntad propia decidió Arturo ésto. Si hubiera decidido ser un tirano, lo mismo hubiera dado, porque ya fue aclamado Rey con anterioridad. Lo importante era sacar la espada, no dar de comer a los súbditos, conocer la geografía, la historia, saber tratar a sus gentes, desenvolverse en política exterior, ser un buen estratega, ser capaz de hacer mejoras en el reino... lo importante era la dichosa espadita.
Los Reyes y Nobles medievales europeos, igual que los cargos eclesiásticos hasta nuestros días, lo son por la gracia de Dios, esto es, porque el altísimo no tiene otra cosa mejor que hacer que ponerse a decidir quién vale y quién no en cada territorio, cada iglesia, cada lugar humano. Por la gracia de Dios eran para toda la vida, y su poder era incuestionable. Habían sido tocados por el dedo divino. Lo mismo que ciertos dictadores, como nuestro cercanísimo Paquito (fam., Franco), que utilizaba lo de "Caudillo de España por la Gracia de Dios" (¡qué gracia tenía Dios, por cierto!). Otros ilustres ejemplos como Pinochet son mucho menos elegantes cuando se autoproclaman "senadores vitalicios".
¿Nos suena? ¿tiene algo que ver esto con el profesorado?
En un sistema que se dice democrático como el nuestro, una de las claves del éxito es la alternancia de poder a partir de la decisión popular. Es decir, las cosas del pueblo las decide el pueblo. Bien sabemos que hay cientos o miles de excepciones a esta norma, pero se supone que las reglas del juego están claras y son conocidas por todos.
La educación es de interés general, es el motor de la sociedad, es la clave del avance económico, se hace con dinero público, es por y para el ciudadano... pero... nadie la controla. No existe la palabra "control" en esta nuestra queridísima educación pública española.
¿A qué viene todo esto? ¡Con lo bien que estamos y lo hacemos todo los profesores y profesoras! Viene a que estamos en época de oposiciones para el profesorado, y el sistema de acceso puede causar la carcajada incluso del más profano en la materia. Se parece bastante al rollito de la espada. Lo importante es hacer el pino con las orejas, dar tres volteretas y terminar escupiendo fuego por la boca delante del tribunal. O sea, inutilidades varias que no garantizan en absoluto que se vaya a ser después mejor o peor profesor. Lo importante es, eso sí, aparentarlo. Y una vez que uno tiene el ansiado 5 y su destino provisional adjudicado, da absolutamente lo mismo lo que haga. Que uno decide ser justo y trabajador (craso error, según la mayoría del gremio), pues allá él. Que decide rascarse los genitales el resto de su vida... pues da lo mismo. Que ama a los niños... bueno, él verá. Que odia a los niños, trata con desprecio a las familias y es un tirano en su día a día... ¡no pasa naaaaaaada!.
Es surrealista realmente que personas que miden su éxito profesional según el número de suspensos que tienen (cuantos más, mejor), que utilizan metodologías de la edad media (dictar apuntes, por ejemplo, o suspender con un 4,8 en un examen, sin considerar otras cosas), que cierran las puertas de su aula y de la escuela a la realidad (virgencita, que me quede como estoy), que consideran cualquier medida de control como un ataque (y no como un derecho de la ciudadanía)... que esa gente (por llamarlos de alguna manera) tengan muchas opciones de entrar dentro del sistema educativo solo porque son más viejos, porque hace 10 ó 15 ó 20 años entraron en una bolsa de trabajo y echaron unos papeles en Delegación. El sistema actual de acceso está especialmente pensado para que este tipo de inútiles ingresen en el paraiso de los funcionarios.
El argumento de "llevo 15 años trabajando y ya lo he demostrado todo" en mi opinión no tiene ni pies ni cabeza. Habrá quien haya demostrado ser un gran profesional, un docente preocupado y comprometido. Y habrá quien se haya dedicado a conocer todos los vericuetos del sistema educativo destinados a trabajar cuanto menos mejor y a protegerse de las continuas "agresiones" (que así son consideradas) del alumnado, las familias, la sociedad, la administración... Ser viejo solo garantiza eso: haber vivido más años. Nada más. Y ya saben lo del Rey Arturo... una vez saquen la espadita... ¡hala, a ser reyes toda la vida!
Una vez superado un temario teórico más propio de ingenieros aeronáuticos que de profesores, una completamente inútil programación, una unidad didáctica igualmente irrelevante (de la que además, están exentos los viejos, por el mero hecho de serlo, que a los ancianos hay que respetarlos)... ya tienes el pasaje a lo que quieras, a las vacaciones de tu vida, al trabajo continuo, a épocas de más o menos trabajo, de más o menos compromiso, de darlo todo o de no dar nada... da igual... todo da igual.
Pocas cosas hoy en día son eternas. El relativismo de nuestro mundo hace que nos cuestionemos absolutamente todo y que solamente sea válido aquello en que nos ponemos de acuerdo que sea: ya lo dijo Habermas, que el consenso es la salvación de la humanidad.
¿Para cuándo un sistema de acceso que permita entrar y salir a todos con facilidad, tanto a fijos como a interinos? ¿para cuándo un seguimiento real de lo que se hace en las aulas, tanto para fijos como interinos? ¿para cuándo echar gente por incompetentes, como pasa en todos los trabajos?
Para el funcionario no hay consenso ni chorradas que valgan: lo es por la gracia de Dios y hasta que la muerte lo separe de la Docencia, esa dama sumisa y predispuesta a cumplir con su marido.
Firmado.: Un funcionario por la Gracia de Dios.
-------> Aquí tenemos a Dios Padre tocando con su dedo a un nuevo interino, que pasará a ser funcionario por la Gracia de Dios. Vaya... porque le ha hecho gracia. Obsérvese el agobio de Dios padre con todos esos candidatos detrás, y el relax del interino conocedor de su plácido destino.
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