Jorge era un profesor muy corriente. En su centro pasaba totalmente desapercibido. No era una persona que destacara en la sala de profesores, ni en el aula. No destacaba especialmente por su protagonismo en las reuniones, ni por ser muy innovador o extremadamente tradicionalista en sus clases. Al menos, eso parecía.
Jorge era un profesor tan corriente, que habitualmente hacía lo que hacen todos los profesores: seguir el libro de texto, explicar, mandar tarea para casa, corregir, y examinar mediante pruebas escritas. En este sentido, tampoco llamaba la atención respecto al resto de sus compañeras y compañeros.
Jorge hacía con las familias lo que suele hacer el profesorado: avisarles sobre todo cuando algo va mal, para quejarse de tal o cual aspecto... siempre guardando las distancias.
Un día, Jorge estaba trabajando en su departamento y vino a verlo Karim. Jorge había tenido un día realmente malo, y se encontraba descansando a la vez que mentalmente pensaba qué ocurría con el alumnado, porqué no había forma de llegarles, porqué sus métodos parecían no funcionar. Karim apenas hablaba español. Llevaba una semana en España y dos días yendo a clase. Llamó a la puerta y directamente entró. Jorge le dijo con voz firme que abandonara el departamento. Karim no lo entendió. Jorge lo repitió, esta vez un poco más fuerte. Karim seguía sin entenderlo. Y Jorge finalmente cogió a Karim del pecho, rompiéndole varios botones, y lo sacó del departamento.
Jorge era un profesor totalmente corriente, que llevaba años estrellándose contra la pared de sus convicciones, de sus formas de hacer. Algo, por otra parte, totalmente corriente. Pero llegó un momento en que consideró que el alumnado no le seguía "porque no le daba la gana", "porque querían reirse de él", "porque la juventud está cada vez peor"... Es decir, cayó en la muy corriente tentación de que él nada podía hacer al respecto. La culpa era de los demás.
Otro día, igual que los demás, como tantos, Jorge entró a clase y se cruzó con Cristina. Cristina era una niña estudiosa. No había repetido ningún curso. Solía obtener notable y sobresaliente en todas las asignaturas, salvo música y plástica. Era, como se suele decir corrientemente, una alumna ejemplar.
Sin embargo, había algo que a Jorge le sacaba de quicio. Cristina no se callaba fácilmente. Era una niña muy querida por el grupo y por su familia. Y era de ese tipo de incómodos alumnos que necesitan argumentos para ser convencidos.
Cristina, además, tenía un grave problema de crecimiento. Algunas de sus compañeras le sacaban dos palmos. No se le notaba el más mínimo atisbo de desarrollo. Sus padres, y ella misma, andaban bastante preocupados. A pesar de todo, sus compañeros la respetaban.
Y como Jorge no estaba acostumbrado a argumentar delante de su alumnado, sino solamente a explicar y corregir, había descubierto que la mejor manera de callarla era llamarla "enana", delante de sus compañeros, en el patio, en el pasillo... se solía dirigir a ella llamándola así, y la dejaba completamente paralizada.
Un día, el padre de Cristina vino al centro queriendo partirle la cara a Jorge. Entró gritando, y lo tuvieron que sujetar. El claustro de profesores, vista la actitud del padre, hizo una reunión extraordinaria para firmar un escrito de apoyo a Jorge.
Jorge no tenía autoridad... pobrecito... ahora, luchemos todos porque la tenga, porque tenga la fuerza y el poder de un policía y un juez.
Un pequeño apunte: Jorge existe de verdad, y Karim, y Cristina, y el padre de Cristina, y el claustro que apoyó a Jorge.
¿Le damos, o no le damos autoridad a Jorge?
No hay comentarios:
Publicar un comentario