domingo, 19 de octubre de 2008

Diagnóstico: cáncer de psicólogos



Aquel era su primer día de clase, pero desde que abrió la puerta del aula el profesor detectó que su alumnado no debía ser del todo normal: cinco niños saltaban encima de las mesas, tres niñas masticaban chicle y hablaban ignorando por completo su presencia, otro niño y otra niña permanecían al fondo sin hablar, ni mirar, ni probablemente pensar, otra niña amenazaba con el puño a un compañero, otro niño jugaba con sus juguetes... "es un primero de ESO nada habitual", pensó el profesor. Hizo sus cuentas: doce. Doce sobre 25 no cuadraban con sus esquemas de lo que esperaba encontrarse. Ese día su ilusión se empezó a marchitar.


Iba pasando el tiempo, los días, las semanas... el profesor había obtenido las mejores calificaciones de su promoción en la licenciatura de física y química, había quedado el primero con su equipo en varias competiciones deportivas siendo estudiante, había pasado situaciones de todo tipo en su vida (problemas familiares, varias relaciones sentimentales)... siempre había logrado salir indemne, pero ahora no sabía que hacer.

Y al final del primer trimestre, justo cuando estaba a punto de tirar la toalla, cuando a sus ojos no quedaban más opciones que ignorar a su alumnado o pedir una baja perpetua por depresión, apareció ella.

Ella tenía un cierto aire de intelectual progre. Hablaba con los niños de tú a tú. No tenía ningún problema en dar una respuesta ágil, sencilla y contundente que mantuviera al alumnado en su sitio. La respetaban y la apreciaban. Ella había estado muy ocupada en su despacho con cientos de tareas administrativas y hasta entonces no pudo pasarse por esta clase. Al notar en conversaciones de pasillo el agobio creciente del profesor, decidió pasarse a ver qué podía hacer. Al fin y al cabo, era la orientadora del centro (y licenciada en psicología, por cierto).


Lo primero que hizo fue varias anotaciones acerca de los casos más claros: "hiperactividad", "síndrome de falta de atención", "tendencias agresivas"... y de un plumazo clasificó así a nueve de ellos y ellas. Le quedaban 3, y eran los casos de retraimiento al fondo del aula y del alumno que jugaba con sus juguetes. A estos les practicó una prueba de diagnóstico cuyos resultados fueron contundentes: tendencia autista-depresiva para los del fondo, y grave retraso en el desarrollo en el caso del último.


El equipo directivo, con el asesoramiento de la orientadora y las peticiones de auxilio del profesor, decidió crear un agrupamiento flexible de forma que este grupo de niños y niñas que necesitaban un tratamiento especial fueran unas cuantas horas a ser atendidos.

De este modo, durante más de la mitad del tiempo escolar la clase se quedaba con 13 niños sobre 25. Los otros 12 iban a lo que los demás llamaban públicamente "la clase de los tontos" (donde eran atendidos a medias entre la psicóloga, el profesor de pedagogía terapéutica, tres monitores de nosequé...).


Así, el profesor recuperó su sonrisa, los 13 alumnos que quedaron mejoraron de sacar un 9 a sacar un 10, y los que salían del aula... nunca volvieron. Su diagnóstico los había condenado. Con el tiempo unos se fueron, otros se quedaron y protagonizaron serios incidentes que provocaron su expulsión, y otros se fueron marchitando poco a poco, mientras se apagaba su fé en volver con sus amigos, del aula "normal". El niño que jugaba ya no lo hacía. Solamente lloraba y premanecía abstraído.


¿Para quién trabajamos? ¿Para el profesorado? ¿Para el alumnado? ¿Para los y las psicólogas (no confundir con orientadores y orientadoras)? ¿Hacen un papel relevante quienes se centran en la psicología clínica y no proponen medidas educativas válidas? ¿Diagnosticar para segregar?


Propongo pasar cinco tests distintos a esos psicólogos (no confundir con orientadores, que pueden tener otro perfil), y que sean tratados según los resultados.


Cuidado.

Quien se considere a sí mismo normal que tire la primera piedra.



------> Obsérvese a un orientador licenciado en psicología clínica haciendo una intervención sobre su alumnado con el objetivo de lograr su integración en el aula. ¿Cuántas camisas de fuerza invisibles, ideológicas y ocultas utilizamos cada día con nuestro alumnado? ¿cuántos diagnósticos y juicios de valor avalan estas medidas?